Abrió los ojos en 1918, en cuando la I Guerra Mundial estaba acabando, aunque el infierno no del siglo XX no había hecho más que comenzar; pues como él dice: “Conmigo no acabó la guerra, conmigo empezaron”. Y no es para menos, pues en 1936, con tan sólo 18 años, fue al frente con las tropas republicanas para luchar en la guerra “incivil”, como él apunta; lugar donde tuvo la desagradable ocasión de ver morir a su hermano. Juan Alcalde nunca encontró sentido a la guerra, como muchos otros españoles, y solía preguntarse: “Si matamos a los enemigos, ¿Qué nos diferencia de los franquistas?”.

 

Precisamente, sería en un campo de concentración francés donde conocería a Susanne, la cual sería protagonista en uno de sus desnudos. Para él, los desnudos femeninos son muy importantes, puesto que le gusta el desnudo del mundo, de la vida; y la mujer es la que da la vida. “El desnudo es como un diccionario en el que constatar la vida y a través de él quiero encontrarme yo. Quiero racionalizar la intuición, el porqué. En ningún caso he pensando en lo pornográfico”, afirma rotundamente.

Pero sin lugar a dudas, uno de sus cuadros más complicados fue el que le fue encargado en el hotel Midi de París: retratar el cuerpo sin vida de Manuel Azaña, el último presidente de la República española; ejerciendo así de notario el 11 de noviembre de 1940.

 

Amigo personal de Picasso, Neruda, Marcel Marceau y Buero Vallejo, su vida se relata en todas y cada una de sus obras. Como él admite: “Trabajo con óleos porque el aceite vive como el ser humano, no se queda perpetuo. El óleo trabaja por sí mismo y tengo la certeza de que mis cuadros no son lo que serán”.

Desde luego, si no fuera por la pintura, su vida habría sido perpetuamente negra.